La arista más conflictiva y difícil de revertir en el panorama económico mundial es el fuerte crecimiento del desempleo.
La arista más conflictiva y difícil de
revertir en el panorama económico mundial es el fuerte crecimiento del
desempleo (ronda el 20 por ciento en España y llega casi al 10 por
ciento en Estados Unidos y el promedio de Europa). En Argentina, en
cambio, la desocupación bajó en forma pronunciada luego de la
devaluación pero, desde fin de 2007 se mantiene en niveles similares y
es de 7,3 por ciento.
La situación local es, claramente, diferente a la de los países desarrollados: mientras allí la crisis está haciendo estragos en la actividad (y la ocupación), aquí el nivel actual parece difícil de perforar pese a un crecimiento superior al ocho por ciento en los dos últimos años.
La explicación es la fragmentación del mercado laboral de Argentina: por un lado, está el sector formal, con casi pleno empleo (2,7 por ciento sin trabajo, según SEL Consultores); y el informal, más pobre, con altos niveles de rotación y dificultades de inserción (13 por ciento de desocupación).
El empleo “en negro” (un bastión de la pobreza) es uno de los grandes temas pendientes después de casi nueve años de crecimiento a tasas “chinas”. Según la Encuesta Permanente de Hogares del Indec, en el segundo trimestre de 2011 la informalidad abarca al 34,5 por ciento de los asalariados. Pero en algunos sectores llega a niveles más preocupantes: 64,8 por ciento en construcción, 55,2 en agro; 43,7 en hoteles y restaurantes; y 41,3 en comercio, sin contar el servicio doméstico, donde supera el 80 por ciento.
Erradicar este flagelo no implica sólo acciones de fiscalización del Estado. Tiene que ver, también, con una política más amplia para incentivar el blanqueo de la economía pero, sobre todo, mejorar la calificación de la mano de obra.
Los datos del Indec muestran que en las tareas técnicas y profesionales la informalidad es sólo de 13,8 y 17,1 por ciento, pero en las operativas sube a 28,2 y en las no calificadas trepa al 64. Además, los trabajadores que poseen, al menos, secundario completo, tienen una informalidad inferior al 30 por ciento (12,6 entre graduados universitarios). Pero más de la mitad de quienes no terminaron el ciclo secundario tienen empleos no registrados.
Esto muestra a las claras que para reducir la precariedad laboral (y la pobreza) es necesario una política mucho más estructurada y pensada para, primero, elevar el nivel educativo de la población y, segundo, mejorar las calificaciones de la potencial mano de obra. Una deuda que años de crecimiento y varias políticas sociales mediante ni siquiera están en camino de saldar.
La situación local es, claramente, diferente a la de los países desarrollados: mientras allí la crisis está haciendo estragos en la actividad (y la ocupación), aquí el nivel actual parece difícil de perforar pese a un crecimiento superior al ocho por ciento en los dos últimos años.
La explicación es la fragmentación del mercado laboral de Argentina: por un lado, está el sector formal, con casi pleno empleo (2,7 por ciento sin trabajo, según SEL Consultores); y el informal, más pobre, con altos niveles de rotación y dificultades de inserción (13 por ciento de desocupación).
El empleo “en negro” (un bastión de la pobreza) es uno de los grandes temas pendientes después de casi nueve años de crecimiento a tasas “chinas”. Según la Encuesta Permanente de Hogares del Indec, en el segundo trimestre de 2011 la informalidad abarca al 34,5 por ciento de los asalariados. Pero en algunos sectores llega a niveles más preocupantes: 64,8 por ciento en construcción, 55,2 en agro; 43,7 en hoteles y restaurantes; y 41,3 en comercio, sin contar el servicio doméstico, donde supera el 80 por ciento.
Erradicar este flagelo no implica sólo acciones de fiscalización del Estado. Tiene que ver, también, con una política más amplia para incentivar el blanqueo de la economía pero, sobre todo, mejorar la calificación de la mano de obra.
Los datos del Indec muestran que en las tareas técnicas y profesionales la informalidad es sólo de 13,8 y 17,1 por ciento, pero en las operativas sube a 28,2 y en las no calificadas trepa al 64. Además, los trabajadores que poseen, al menos, secundario completo, tienen una informalidad inferior al 30 por ciento (12,6 entre graduados universitarios). Pero más de la mitad de quienes no terminaron el ciclo secundario tienen empleos no registrados.
Esto muestra a las claras que para reducir la precariedad laboral (y la pobreza) es necesario una política mucho más estructurada y pensada para, primero, elevar el nivel educativo de la población y, segundo, mejorar las calificaciones de la potencial mano de obra. Una deuda que años de crecimiento y varias políticas sociales mediante ni siquiera están en camino de saldar.
- 16/10/2011 00:02 , por Paula N. Martínez
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