¿Qué almorzar o dónde invertir ahorros? En cada elección, de cualquier magnitud, se juegan inteligencia, intuición, método, relación con los demás, psicología. Conviene aprender de éxitos y fracasos.
Cómo
comenzar esta nota? ¿Qué poner de segunda frase? ¿Adónde apuntar en el
remate de este párrafo de tal forma que den ganas de seguir leyendo la
entrevista?
Tantas dudas pueden generar angustia. Y más si se tiene en
cuenta que, a la hora de tomar decisiones, los seres humanos no tenemos
demasiadas ventajas comparativas con respecto a una ameba. “Somos buenos
para muchas cosas, pero no para decidir, definitivamente”, dice el
argentino Ernesto Weissmann, profesor de Teoría de la Decisión de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires.
En
su vida profesional y académica, Weissmann se la pasa estudiando los
errores más comunes en decisiones de la vida cotidiana y de los
negocios, a nivel individual y grupal. Montañas de ego, falta de método y
pésimos incentivos alimentan al fantasma de la “indecisibilidad”.
¿Cuáles
son las equivocaciones más frecuentes cuando se decide? Hay millones,
pero una de las más importantes es la de una falla en el encuadre de la
decisión. La gente tiende a saltar a la acción de manera muy
directa; no le dedicamos tiempo a estructurar el problema, a entender
sobre qué se está decidiendo. Terminamos resolviendo muy bien problemas
equivocados. Y el otro error grande es el de la sobreestimación de la intuición
como mérito per se. Hay una tendencia -sobre todo en las empresas- a
valorar más a los intuitivos que a los que tienen método, y la intuición
es peligrosísima.
¿Por
qué dice eso? La intuición es experiencia acumulada, pero no sirve para
todas la ocasiones. Es muy difícil en el mundo de los negocios que se
replique una situación en forma exactamente igual, diría que imposible.
En ajedrez es probable que haya una configuración repetida; pero en el
ámbito empresario, no. En una empresa la intuición es el arma que tiene
la gente para no tener que justificar cómo decide. Traslade esta lógica a
una decisión de un banco de si otorgar un crédito o no: “Vos mirá al
cliente a la cara y te va a salir de adentro si le tenés que dar o no el
préstamo”. Es ridículo.
¿Está
bien evaluar una decisión en base a los resultados? No, es un error
gravísimo, porque el azar juega un rol mucho más importante del que
estamos dispuestos a admitir.
Hay
muy malos resultados a partir de buenas decisiones, y viceversa. El
mundo es resultadista, pero sabemos que se puede perder un partido
jugando bien. La clave está en discernir buenas y malas decisiones de buenos y malos resultados.
Imagine
un juego donde hay cien pelotitas: 99 blancas y una negra. Jugar sale
10 pesos y si sale una pelota blanca se gana. ¿Qué hacer? Jugar,
obviamente. Supóngase que justo sale la negra: independientemente de
ello, la decisión de jugar fue buena. Eso sí: si a alguien a lo largo
del tiempo le va bien, se puede inferir que toma buenas decisiones.
¿Las
empresas fomentan la toma de decisiones? Para ser ágiles, las empresas
se dan cuenta de que las decisiones se deben tomar lo más abajo posible.
También mejora el clima laboral cuando la gente puede tomar decisiones
que se llevan a cabo.
¿Pero
los premios y castigos están bien aplicados? No, hay una asimetría muy
perjudicial que lleva a lo que se denomina “sesgo de omisión”: se
castiga en forma muy fuerte una decisión errada, pero se premia poco una
decisión acertada. Encima, no se castiga a aquel que provoca un costo
por una decisión no tomada. Todo esto suma incentivos a la “indecisibilidad”. La gente huye de las decisiones.
Entonces hay que trabajar sobre esas asimetrías. El miedo al fracaso es el principal inhibidor de decisiones. Si el error se esconde debajo de la alfombra, no permite aprender. En
España hay un banco que una vez por mes da el premio al mejor error y
promueve que el resto aprenda de él. Funciona como un símbolo.
¿Cuál
es la decisión más difícil que le tocó evaluar? Una vez nos tocó
trabajar con una petrolera con una decisión a largo plazo, de alta
incertidumbre, con alto monto y gente muy asustada. Para peor, con un
equipo con un ego muy fuerte y con posiciones ya tomadas: peleaban por
ver quién tenía razón.
¿Cuánto influyen los problemas de ego en las malas decisiones?
Hay analistas que dicen que el ego se lleva entre el 6% y el 15% del
resultado de una compañía. El problema del ego no es sólo el de la
abundancia: si es poco, no se toman decisiones. Es muy fácil reconocer
al ego en otros y no en uno mismo. Cuando enfrente hay una persona pedante o soberbia, automáticamente se lo bloquea: no se escucha más lo que dice esa voz, que puede ser algo muy valioso, a pesar de la pedantería.
¿En
grupo se decide mejor que de manera individual? En promedio sí, cuando
hay un método. Pero esto ocurre pocas veces: se piensa que una decisión
es sentarse en una mesa y charlar. Por ejemplo, el consenso es una de las peores maneras de tomar decisiones, porque es muy lento.
Pero hay métodos colaborativos, democráticos, con algún sistema de
votación, que son más rápidos. Que 5 o 7 personas piensen lo mismo es
muy difícil, lo que es distinto a que haya un acuerdo. Se da un falso
consenso: hay 4 que dicen que sí y yo pienso que no, digo que sí y me
quedo con la bronca.
El famoso “la seguimos por mail...” Exacto, no se llega a un acuerdo y hay situaciones circulares. Pero en general un equipo que trabaja bien toma mejores decisiones y hace mejores estimaciones que una sola persona.
Hay otros sesgos grupales: si mi jefe habla primero, estoy más condicionado que si habla último. Está comprobado que la gente cambia su opinión después de que hablan cinco o seis personas que piensan lo contrario.
En los directorios o comités de las empresas se da también información
asimétrica: el que presenta los temas exhibe los datos que le convienen
para apoyar su decisión. Y en grupos también pesan más las “opiniones
extremas”, porque los que dudan o tienen una posición intermedia no se animan a hablar por temor a ser considerados “tibios”.
¿Cuánto
tiempo dedican los gerentes a decidir? Menos del 15% del tiempo de las
reuniones de directorio se dedica a discutir decisiones estratégicas.
Hay una “zona de confort”...
Por favor, si vuelve a repetir lo de “zona de confort”, terminamos la nota acá.
Sí,
es cierto, es un tremendo lugar común del discurso de los “gurúes” de
gestión: ¿por qué me quieren sacar de esta zona, si trabajé tanto para
llegar y me siento tan cómodo? (Risas) Hablando en serio, a lo que me
refiero es que se gasta mucho tiempo en los boards tomando decisiones que no generan conflicto y que salen cómodas.
¿Cuál
es la empresa con mejor esquema de decisiones en el mundo? Hay algunas
firmas con métodos muy buenos, que eliminan escalones intermedios. Por
ejemplo, en Dell la persona que entra, si la ascienden siete veces,
reporta directamente a Michael Dell. En otras empresas, con siete
niveles no usted no llega ni a subgerente. Hay culturas que animan a la
gente a que tome decisiones y se comprometa con ellas.
¿En
el ámbito corporativo se sobrevalora el optimismo? Siempre el que da
buenas noticias es mejor recibido que el que da las malas, y por eso en
grupos se pierden alertas muy importantes, porque nadie quiere ser el
que dé una mala noticia. Y el otro punto es que muchas veces el deseo tiñe los pronósticos. Una cosa es que uno quiera que algo pase y lo que piensa en realidad: si alguien es pesimista se lo confunde con alguien a quien le falta garra. Una
vez en una clase en la UBA pedí que levantaran la mano quienes pensaban
que iba a ganar Argentina contra Alemania, en el último Mundial de
Sudáfrica. Una chica sola levantó su mano por Alemania y casi la matan.
El argumento era que estaba “pateando en contra”.
¿La
consultoría de grandes nombres ayuda realmente a tomar mejores
decisiones o sirve para salvar el pellejo de los gerentes, que si
cometen un error después pueden decir: “Ah, miren que fue un consejo de
la consultora”? Hay casos y casos, pero creo que en líneas generales
agregan valor, porque dedican el tiempo que los gerentes no tienen a
pensar temas estratégicos, que muchas veces con el caos cotidiano la
línea no tiene tiempo de analizar. Y se animan a decir cosas que los
empleados no se animan. Claro que hay consultoras que actúan en forma
poco ética. Y también pasa que es importante definir la decisión con el
cliente, porque cuando la recomendación viene de afuera, es mucho más
baja la tasa de implementación.
¿Tener más opciones para elegir es bueno o es malo?
Hasta no hace mucho tiempo se pensaba que, cuanto más opciones, mejor
para el cliente o para el consumidor. Hoy, gracias a estudios de
neurociencias y economía del comportamiento, se sabe que la gente se
marea y hasta se puede deprimir cuando las opciones son muchas, porque
siente que no está eligiendo la mejor, y porque suma todo el resto de
las opciones como “costo de oportunidad” en lugar de comparar con la
inmediatamente inferior. Las empresas están aplicando hoy este
procedimiento: en lugar de ofrecer 145 opciones se concentran en unas
pocas. Y otras empresas aprovechan sesgos no para evitarlos, sino para
forzarlos.
¿Cuál sería un caso de esa práctica? Hay
marcas que ofrecen productos “superpremiun”, carísimos, que saben que
no se van a vender, pero que corren el marco de la decisión. Esto
pasa mucho en las vinerías: hay botellas de 10 pesos, de 20 y de 30. Y
si se ingresa al catálogo una de $ 200, por más que no se venda, lo que
logran es que salgan muchas más de $ 30, porque mucha gente opta por
alternativas de precio “intermedias”, independientemente de su valor en
términos absolutos.
The Economist, el
semanario británico, lo hizo: propuso alternativas de venta de
contenidos caros, que sabía que nadie iba a elegir, pero ese dato
influía en el ticket promedio de lo que sí se elegía.
Copyright Clarín, 2011.
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