La idea fue averiguar qué era de la vida
de los abanderados de algunas de las escuelas secundarias públicas
(Ipem) ubicadas en las zonas más postergadas de la ciudad de Córdoba.
¿Qué
pasa con estos chicos una vez que dejan el colegio? El comienzo de las
averiguaciones reveló mucho de la conclusión: nadie lo sabe.
No hay ningún listado ni seguimiento de abanderados que ya no concurren a esos establecimientos.
Es
necesario ubicar sus datos a través de las autoridades de cada colegio,
pedirles que hagan el contacto con esos chicos, y esperar que estos
acepten la invitación a contar su historia.
No se trata de un
relevamiento exhaustivo, pero cada caso de los encontrados representa un
universo de chicos de esas mismas condiciones.
En el país hay entre 800 mil y un millón de jóvenes de 15 a 24 años que no estudian ni trabajan, según quién calcule la cifra.
Sin
embargo, más allá de los números, llama la atención que hasta los
abanderados entren en esa estadística, sean de la escuela que fueren. Es
más: mientras más urbano-marginal se considere el colegio, mayor
atención se presume que habría que poner, en especial cuando se trata de
captar estudiantes que logran superar las barreras que les marca el
imaginario social.
Sin embargo, ellos siguen el mismo camino que
sus compañeros. No hay meritocracia para nadie, pero tampoco igualdad
para muchos: una paradoja para las instituciones –como universidades–,
que se jactan de ser públicas, gratuitas e inclusivas.
Yanina,
Keila, Daniel y Joan son un ejemplo. Pueden, a veces quieren, a veces
intentan y no les sale, casi nunca se quejan. Son vivos, son talentosos.
Necesitan más empujones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario