La separación ahora es definitiva. La mujer
que había sido su esposa por años lo dejó solo en la
casa, que no reclamó, y con un montón de deudas.
Quedarse en lo que una vez fue hogar es mucho peor
que irse a vivir a una nueva casa. Quedaron muchas
memorias sobre las paredes y en los rincones de la
vivienda que compartió por mucho tiempo con la mujer
que una vez fue la motivación de su vida. La madre
de sus hijos se ha mudado; los niños se fueron con
ella. El recuerdo de las palabras del niño le hacen
sudar frío las manos y le engarrota las entrañas:
Papi, ¿por qué tú no te estás mudando con nosotros?
El hombre está ahora solo en una
casa vacía, sin muebles casi, sin cortinas. Un
viejo televisor descansa sobre una mesita de noche
a la que le falta una pata. No hay ruidos, sólo
los que él hace, no hay quejas, sólo las que él se
hace a sí mismo, no hay risas. No hay niños que se
le suban a las piernas. Hay una rara ausencia de
seres queridos. Hay un gran vacío. Solamente la
pequeña caja japonesa con una pantalla de luz y
colores gastados alivian la ausencia humana.
¡Gracias por la televisión!
Él hizo lo que pudo para detener
una separación que era inevitable. Inclusive pasó
por el proceso de desvestir su mente y hábitos
íntimos delante de un consejero matrimonial y
practicó consejos que no dieron resultado. Todo
había fracasado. Se sentía fracasado. No quedaba
nada ni qué hacer ni qué decir. Largas horas de
conversaciones. Intentos vanos de comunicarse
funcionaron al revés. Siempre recibía un «no» como
respuesta, ya figurado, ya abierto. A veces, los
recibía penetrantes envueltos en aquella frase
frustrante de «Te conozco, sé que no vas a cambiar.»
Frase que hería más cuando sí se estaba produciendo
un cambio. Lo afirmaba paradójicamente la última
frase que ella le dijo: «Ya no te conozco.»
Hay muchas fuerzas que unen a dos
seres, aunque ya los sentimientos hayan sido
destrozados por constantes malentendidos que no
aceptan explicaciones. Qué difícil convencerla, si
ella no quiere convencerse. También es difícil no
herirla, a ella a quien no quiere herir. ¿Cómo
terminar una relación amorosa en términos amistosos?
¿Cómo explicarle a un niño las crueles realidades de
una separación total de sus padres? No hay fórmulas
prácticas ni aceptables. Cómo quisiera él que las
hubiera.
La separación es ahora
irreversible. La decisión fue de ella, no de él.
Ahora, las circunstancias lo obligan a aceptar la
voluntad de ella. Con esa aceptación se ve empujado
hacia una realidad nueva: una realidad que él
también consideraría como su propio fracaso, porque
no logró encontrar una manera de hacerle cambiar su
opinión. No pudo motivarla a luchar por algo que él
creía valioso. Aceptar tranquilamente la decisión de
ella le era a la vez muy doloroso y muy confuso. No
importa de qué forma él ahora enfrente la realidad,
en todos casos, él lleva la de perder. Si se culpa a
sí mismo por el divorcio, se sentirá mal,
desajustado. Si quisiera construir un nuevo hogar
¿podría sostener una relación significativa y
estable con otra mujer? Probablemente sí. Pero ahora
todo es duda.
Si le echa la culpa a ella,
entonces sentiría la impotencia de no haber podido
encontrar otra solución inteligente que la de
aceptarle su decisión irrevocable, una decisión
hecha por otra persona y que él no podía cambiar. Si
culpaba al destino era peor aún porque se sentiría
como un títere en manos de lo Desconocido.
Al final, su orgullo, su identidad
social quedarían profunda y terriblemente heridos.
Todo sus principios se resquebrajarán. Recuerda: el
frío y sofocación del primer beso. La proposición.
La boda, el de novia, el bautizo del primer hijo.
Recuerda todo aquella que parecía significar tanto
en el pasado, no sólo para él, sino para ella, todo
aquello ¿ya no contaba más? ¿Lo había olvidado ella
todo? ¿Cómo era posible que ella fuera a olvidarse
de tantos momentos agradables para fijarse solamente
en los malos? ¿No fueron aquellos encuentros felices
diez veces mejores que todas las desilusiones y
todas las esperanzas infundadas?
Todos los símbolos de aceptación
social: matrimonio, hogar, vástagos, estabilidad,
seguridad, confort, señora, etc., todos esos tantos
símbolos se habían perdido en una colisión violenta
contra el divorcio, un hecho cotidiano desmembrante,
antisocial, destructivo, como la muerte, algo de lo
que se hacen bromas desde lejos, pero que cuando nos
golpea desde nuestra esquina es aterrorizador.
Él ya no es un hombre casado. La
sociedad tiende a echarle la culpa a los hombres
cuando ocurre un divorcio. Raras veces es culpa de
ella. Si algo va mal es porque él hizo algo malo:
no era un buen esposo, era un mujeriego, tenía
otra mujer, no le importaban los sentimientos de
ella, ya no la quería. Y aun en el caso que fuera
ella la que hubiera dejado de quererlo, también la
culpa era de él por no saber mantener la llama del
cariño.
Ahora él era un divorciado. Se
había convertido en un individuo con un status
social vago y transitorio que tendría que cambiar en
un período muy breve. Los hombres no deben
permanecer divorciados por mucho tiempo. Eso es muy
mal visto. Un año, si acaso. Hasta que no encuentre
otra mujer, él no será sino un paria temporal.
Las razones por las que un
matrimonio fracasa son muchas, demasiadas para hacer
una lista. Pero no puede faltar el «quién tuvo la
culpa.» Sin embargo, echarse la culpa mutuamente o a
las circunstancias no cambia la cuestión. El hecho
queda de que cuando un divorcio se hace definitivo
ambos tienen que adaptarse a la nueva situación. El
matrimonio se acabó. La nueva realidad es el es el
divorcio, una separación total, legal, moral y
aceptada, aunque no del todo, como la última
solución. Ya hasta el toque físico entre ambos se
hace irritante o molesto.
El divorcio no es fácil para la
mujer. Pero tampoco es fácil para el hombre. Sin
embargo, casi todo el mundo cree que el período
transitorio después del divorcia es más fácil para
el hombre. ¿Es cierto eso? Puede que en algunos
casos aislados. Pero en la mayoría, esos días son un
período muy difícil de adaptación donde ni siquiera
existe la ayuda real de amigos y familiares, los que
por lo general abandonan al hombre y justifican la
acción de la mujer. Por otra parte, hay libros que
ayudan a la mujer a enfrentarse a un divorcio, pero
hay muy pocos que ayuden y orienten al hombre.
Los hombres somos terriblemente
vulnerables ante los sentimientos. Si tenemos que
enfrentarnos a demasiadas emociones negativas de
momento, una melancolía irritable, una soledad y una
tristeza profunda nos invaden. Cada acción vital se
convierte en algo insoportable. Para un hombre, los
días que siguen a un divorcio son un período de
pruebas extremas para su personalidad, su
estabilidad mental y su conducta futura. Se ha de
moldear con fuego o ha de perecer en las llamas.
La gente tiende a creer
--curiosamente algunos maridos también-- que los
hombres cuando se liberan y que, aquellos casos
especiales cuando se quedan con el hogar, por la
casa o el apartamento desfilan las mujeres por
decenas día y noche. Creen que un divorciado no sabe
lo que es la soledad. Qué equivocados. Aún si
decenas de mujeres desfilaran todas las noches por
su casa, él todavía se sentiría solo, porque ésos
son los días de mayor soledad de su vida.
Si las causas del divorcio han
sido turbulentas, si los pleitos han sido
constantes, si estas discrepancias lo han estado
irritando por mucho tiempo, su mente se sobrecarga
con emociones negativas. Entonces, el divorcio actúa
como una aspiradora que absorbe toda aquella mezcla
emotiva atrapada dentro y deja en su lugar una
terrible sensación de vacío. Este vacío debiera
sentirse como un alivio, pero no es así. Ese vacío
lo hace sentir inútil, sin metas, sin motivación
alguna. Por supuesto, esa sensación depresiva es una
ilusión de la peor clase y debe contemplarse como un
periodo transitorio. Pero en ese momento ¿quién está
como para tomar actitudes filosóficas?
Luego, el vacío se llenará
normalmente con emociones mejores y más
saludables, si es que el hombre valora la vida y
su propio instinto de conservación o, aún mejor
llenará el vacío con nuevos conocimientos y con un
alcance más lejano para luchar, optimista, con la
nueva situación y sacarle todo el provecho
posible. Y pobre del que no lo hace...
Por otra parte, él podría ir hacia
atrás, desesperadamente buscando por algo a qué
aferrarse, algo con qué llenar ese vacío y lo que
encuentre podría ser mucho peor. Podría no salir de
bares, en procura de encuentros pasajeros o buscando
a la chica de sus sueños en el lugar menos propicio
y terminar alcohólico. O podría caer en un
estancamiento mortal y agarrarse al pasado con poco
o ningún poder de recuperación. Podría vivir como un
vegetal. O luchar e ir hacia delante para probarse a
sí mismo que puede ganar esta batalla que puede
hacer de la derrota una victoria y abofetear al
mundo que tan poco se ocupó de él. O hacerlo todo
por la vida misma o por sus hijos, sus hijos que
harán comparaciones en el futuro, quizás hasta con
un padrastro. Él piensa: No. Mis hijos no verán en
un padrastro a un hombre mejor que yo.
El tiempo cura las
heridas...aunque deja cicatrices. La casa habrá de
cambiar. Él, poco a poco, llenará el vacío. Hoy un
cuadro nuevo para colgar en la pared. Mañana pintará
toda la casa. Traerá nuevos muebles a su gusto, a su
único gusto para sustituir los que la esposa escogió
al suyo. Su vivienda será su cueva una cueva que
mostrará su personalidad compartida o reprimida
hasta entonces. Ahora, solo, tiene la oportunidad de
probar si de verdad sirve.
Como un león en la selva, ofrecerá
la paz de su hábitat a los amigos y al romance.
Quizá pronto encuentre otra esposa que le quite los
cuadros de la pared y ponga los suyos. Esto, ojalá
no le suceda demasiado pronto. Un divorciado debe
regalarse con el placer exquisito de poder estampar
su personalidad por toda la casa, por lo menos,
durante un año y disfrutar del hedonismo temporal y
la compañía placentera de una mujer no posesiva que
pueda reemplazar a gusto.
Pero lo que cuenta más para un
divorciado es la certeza de que un día en el futuro,
sus hijos, ya grandes se paren en cualquier lugar y
digan a voz en cuello y a pesar de todo reto: «Mi
padre es el mejor de los padres.»
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