Uno de los grandes retos de la medicina
actual estriba en conocer la utilidad y las limitaciones que el nuevo
desarrollo tecnológico tiene y orientar racionalmente el uso de las medidas de
soporte vital hacia la preservación de la vida de aquellos enfermos con
situaciones patológicas recuperables, que puedan proseguir su biografía
personal con una calidad de vida aceptable, así como limitarlas en los casos
que la medicina de hoy no puede resolver. La responsabilidad que supone desempeñar el papel de elector de uno
entre varios pacientes “elegibles” para ser admitidos en las Unidades de
Cuidados Intensivos(UCI) es enorme, por cuanto equivale a establecer cuál de
esas personas debe recibir mejor oportunidad de continuar viviendo, pues aunque
todos son merecedores de ello por su propia condición de seres humanos,
investidos de dignidad y, por ende, con un valor intrínseco no expresado en
términos relativos, ocasionalmente en la
práctica no existen posibilidades de ofrecerles la asistencia requerida por
carecer de los recursos indispensables.
Así, uno de los dilemas más
trascendentales que enfrenta el médico intensivista contemporáneo es cuándo
decidir el ingreso de un paciente en la UCI, y una vez ingresado y tratado con
una serie de técnicas de soporte vital, si la evolución no resulta
satisfactoria, por cuánto tiempo mantenerlas. Tales decisiones poseen importantes implicaciones
éticas, pues rebasado cierto límite, la beneficencia que se busca puede
transformarse en maleficencia al someter al paciente a un largo, doloroso y
costoso proceso de morir. Con los avances científico-técnicos y el aumento de
la expectativa de vida, se ha ido incrementando el número de ancianos y, por
consiguiente, que en nuestras UCI ingresen con
más frecuencia personas de edad avanzada; factor a considerar en la toma de
decisión para el ingreso en ellas.
En la hospitalización de un enfermo resultan
determinantes muy diversos aspectos: las presiones, las opiniones de otros
profesionales y de los familiares, ciertos factores de carácter
económico-administrativos y hasta cuestiones legales, pues en la actividad
médica, la toma de decisiones debe basarse en una concatenación lógica y no
exclusiva de los fenómenos o fundamentalmente en apreciaciones subjetivas
individuales.
La calidad en la selección del ingreso del paciente grave, que
tiene como principal y único pilar la recuperación del afectado, permite un uso
racional de los costosos recursos que se disponen para la atender al enfermo
crítico; pero esta selección no es fácil, pues requiere que el personal médico
posea una gran capacidad y experiencia para poder evitar errores de apreciación
en un sentido u otro. 7,
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A nuestro juicio, el problema estriba en conservar el
equilibrio entre estas tendencias, con el propósito de no olvidar al paciente,
a su familia y a la institución.
No obstante, es obvio que pueda carecer de justificación iniciar la terapéutica intensiva en un moribundo que padece una enfermedad incurable, sobrecargando la Unidad e intensificando el esfuerzo personal que demanda cada una de ellas, por las cargas físicas y psíquicas extremas que impone; por otra parte, para que el trabajador no pierda el entusiasmo, es preciso que todos los pacientes se encuentren en situación de amenaza vital.
No obstante, es obvio que pueda carecer de justificación iniciar la terapéutica intensiva en un moribundo que padece una enfermedad incurable, sobrecargando la Unidad e intensificando el esfuerzo personal que demanda cada una de ellas, por las cargas físicas y psíquicas extremas que impone; por otra parte, para que el trabajador no pierda el entusiasmo, es preciso que todos los pacientes se encuentren en situación de amenaza vital.
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