Efectos. Las nuevas experiencias que surgen en el camino son
oportunidades de crecer, pero también pueden generar en el cuerpo
sensaciones demasiado diferentes de las imaginadas cuando sólo eran
fantasías o anhelos.
Nicolás tiene 28 años, se ha quedado sin trabajo recientemente y está
a punto de comenzar en un nuevo empleo, que prevé más exigente que el
anterior porque deberá liderar un equipo de trabajo en un área clave
para una empresa, como es la de informática. Está casado con Paula, de
25 años, quien lleva un embarazo de cinco meses; ella, primeriza, le
reclama más atención, le pregunta cómo se imagina al bebé que vendrá,
pero él sólo piensa en su nuevo trabajo y –en realidad– no sabe cuál de
las dos cuestiones lo angustia más.
Nicolás siente que es
demasiado para él: demasiada responsabilidad, demasiadas cosas que
deberá aprender en poco tiempo, demasiadas experiencias nuevas en un
proceso que lo tiene como protagonista y del que no hay posibilidad de
bajarse. Siente que le falta el aire, que el corazón se le acelera,
mareos, dolores de cabeza. No puede dormir, no tiene apetito, va al baño
a cada rato. Siente una tremenda angustia, está irascible y cada una de
las perspectivas que imagina respecto del futuro se han vuelto
sombrías, casi catastróficas. ¿Es justificado su estado de ánimo, y esa
sensación de estar entre la espada y la pared? ¿No está pasando acaso un
buen momento de su vida?
Lo que los psicólogos explican es que,
en circunstancias como éstas, cuando los cambios son muy grandes e
importantes, no importa demasiado si son cambios “para mal” o “para
bien” a la hora de evaluar el malestar y los síntomas que son capaces de
producir. Y es simplemente porque, unos más, otros menos, somos
animales de costumbres: los cambios atraen, pero asustan.
“Las
situaciones más estresantes o ansiógenas que atraviesa un ser humano
son: una mudanza, la muerte de un ser querido, un nacimiento, separación
o cambio laboral”, enumera Valentina Casini, miembro psicóloga del
Sanatorio Morra. “Esto no quiere decir que todos los que atravesemos por
estas situaciones vayamos a tener sintomatología ansiosa. Para eso, hay
que tener una predisposición genética a la ansiedad”, añade.
Otra
cosa es el miedo al cambio, que, en palabras de Patricia Gubbay,
psicóloga especialista en el tratamiento del estrés y la ansiedad y
directora del Centro Hémera en Buenos Aires, “es una respuesta normal en
todos los individuos”. Todos sabemos que el enfrentarnos a una nueva
situación nos genera un cierto nivel de ansiedad, que si es normal nos
ayuda a tomar todos los recaudos necesarios para llevar a cabo la tarea
satisfactoriamente e incluso puede ser un factor de mayor motivación.
Ahora, si el nivel de ansiedad es muy alto y aparece la sintomatología
antes descripta, estamos frente a un caso de ansiedad patológica”.
Oportunidades de crecer. Durante
esas crisis vitales, es normal que aparezcan síntomas derivados de la
angustia. En el caso del ejemplo, la angustia podría ser fácilmente
aliviada renunciando al empleo ofrecido, aunque desde luego esa no puede
ser de ningún modo la solución del problema: su ingreso es el único que
la familia tendrá por unos meses y, además, es una buena oportunidad
profesional, que lamentaría perder. No obstante, es claro que más de uno
optaría por esa solución, y no estaría mal si se pudiera.
“¿Cuántas
personas se han quedado en relaciones poco nutritivas y placenteras por
no separarse y enfrentar un proceso de readaptación a una nueva vida?
–se presunta la psicóloga–. Hay quienes se quedan durante años en el
mismo trabajo porque no se animan a enfrentar un cambio que significa
mucho esfuerzo y una gran cuota de voluntad. Esas situaciones no les
permiten crecer y aventurarse en nuevos desafíos que los harán cambiar
irremediablemente”.
Estas crisis vitales también son situaciones
que se dan típicamente al ir “quemándose” etapas en la vida. Son
habituales en el pasaje de la niñez a la pubertad, de la pubertad a la
adultez, en la menopausia en las mujeres, o la llegada de la vejez.
Se
conoce como “resiliencia” a la capacidad de sobreponerse a la
adversidad. “Cuanta más resiliencia tiene una persona y más flexibilidad
psicológica posea, más posibles serán los procesos de cambio y
adaptación a las nuevas situaciones”, explica la psicóloga.
“No
hay que quedarse en el problema ni en la dificultad –aconseja–. Se
pueden superar los problemas que llegaran a presentar ante los cambios
que debemos transitar indefectiblemente. Cuando hay síntomas que nos
invaden y nos afectan la calidad de vida es aconsejable buscar ayuda
profesional para que nos ayude en el proceso de cambio que no estamos
pudiendo enfrentar”, añade Patricia Gubbay.
08/08/2013 00:01 , por Redacción LAVOZ
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